domingo, noviembre 11, 2007

Galletas de mijo o de plata

Cuenta Amadou Hampâte Bâ en su libro Mémoires que, en el África Occidental Francesa, el gobernador de Dakkar imponía un impuesto a la población indígena de sus territorios, algo llamado irónicamente entre los africanos "el precio del alma", por ser el impuesto a pagar por el derecho a la vida. Era a través de los comandantes de círculo que las recolecciones de impuestos se hacían efectivas.

"Galletas de plata?"

Un día del año 1916, el gobernador había hecho saber que, a partir de entonces, ya no se podía pagar el impuesto en especie, sino en metálico. El comandante del círculo de Dori convocó a los jefes de las tribus tuaregs para darles a conocer el nuevo reglamento.

Cuando estuvo delante del jefe de las tribus del Logomaten, dijo al intérprete: "Haz saber al jefe que, por orden del gobernador, desde ahora el impuesto ya no se pagará en especie, sino en monedas."

El intéprete se giró hacia el jefe y expresó en la lengua fula de Dori: "El comandante ha dicho que el gran gobernador ha dicho que ahora el impuesto deberá ser pagado en bouddi". Cabe señalar que en fula, la palabra bouddi sirve para designar tanto las monedas de cinco francos como las galletas de mijo cocidas.

El jefe tuareg, muy feliz, sonrió y dijo: "Intérprete! Da las gracias al comandante, y dile que dispongo de una gran cantidad de mijo, y también de sirvientes como para preparar tantos bouddi como quiera, como para alimentar a la población de Dori durante meses y meses!".

El intérprete se dio cuenta del error: "No se refiere a bouddi de harina de mijo, sino a bouddi en dinero." El jefe, confuso, pidió ver una muestra de la galleta que se le pedía. El comandante dio una moneda de cinco francos al intérprete, que se la tendió al jefe. Éste le dio vueltas, la miró, la sopesó, la mordió... después se la devolvió al intérprete: "Esta galleta de plata, dónde se ha cocinado?". Tras escuchar al intérprete, el comandante explotó: "En Francia! De dónde quiere que venga?".

"En Francia?", dijo el intérprete, estupefacto. "Intérprete, dile al comandante que sea razonable. Me pide que le de galletas de plata que se han cocinado en Francia, siendo que él mismo es francés. Yo soy un tuareg de Dori, que sólo sabe fabricar galletas de mijo. Debería ser yo el que le pidiera al comandante galletas de plata de su casa, y no al contrario! Si el comandante quiere que le pague el impuesto que debo a Francia con camellos, bueyes, corderos, cabras, mijo, arroz, mantequilla o esclavos, puedo hacerlo. Pero si exige que le dé las galletas que me enseña y que se cocinan en Francia, entonces quiere pelea. Acepto! Pero le prevengo: el tuareg que yo soy se encuentra en la pelea como pez en el agua!"

Acto seguido, tendió su brazo derecho al comandante: "Intérprete! Dile al comandante que me mire el brazo. No es ni menos blanco ni peor hecho que el suyo. Que mire mi nariz: no es menos recta que la suya. Soy tan blanco como él. Si estuviéramos solos, de hombre a hombre, el comandante no me dictaría su voluntad, porque no es ni más fuerte ni más valiente que yo. Si quisiera, le invitaría a un duelo personal en las dunas, y estaría seguro de vencerle. Pero no... la única ventaja que tiene el comandante sobre mí, y que le permite atormentarme con sus "yo quiero esto" y "no quiero eso", es porque su país es más fuerte que el mío."

Sin saludar, el jefe tuareg salió y saltó sobre su dromedario. No hubo duelo entre el comandante y el jefe, sino una guerra entre Francia y los tuaregs, especialmente las tribus del Logomaten y Oudalan. Fue la gran revuelta de 1916.

jueves, noviembre 01, 2007

Un Retiro que salió caro

El reinado de Felipe IV de España, "el Rey Planeta", fue testigo de uno de los mayores desastres urbanísticos de la Historia Moderna. Se trata del Palacio del Buen Retiro, que su valido el Conde-Duque de Olivares encargó en 1629 para que la decadente Corte se recreara y así apartarla de las responsabilidades del gobierno.

El Buen Retiro

El recinto comenzó siendo un terreno propiedad del Conde-Duque junto al Monasterio de los Jerónimos de Madrid, para luego adquirir tierras contiguas a los marqueses de Poyar y Tavera, además de donaciones de la propia villa, hasta sumar 145 hectáreas.

Se encargó el proyecto a los arquitectos Giovanni Battista Crescenzi y Alonso Carbonell, que diseñaron unos extensos jardines con zonas arboladas y de recreo, estanques, teatros, un coliseo, una leonera y una pajarera para exhibición de aves exóticas. Ya a partir de 1633 las mayores fiestas del rey se celebraban en este recinto, tanto bailes, como corridas de toros, naumaquias, y estrenos de los mejores dramaturgos del Siglo de Oro (Calderón de la Barca, Lope de Vega y Tirso de Molina actuaron allí). Durante su reinado nunca se abrió a la población.

Pero de puertas afuera la realidad era muy distinta. El pueblo de Madrid, agobiado con asfixiantes impuestos para pagar las interminables guerras de Flandes y por una inflación causada por el oro traído de América, se encontraba en un estado de gran precariedad. Y las obras que se llevaron a cabo en El Retiro no hicieron más que causar una mayor carestía, disturbios y críticas.

Por si fuera poco

La obsesión del rey por coleccionar obras de arte le llevó a comprar extensas series de pinturas (más de 800 en diez años) a autores de Madrid, Roma y Nápoles. En 1633 pidió un palacio-museo con interiores lujosos capaz de albergar todas estas adquisiciones. Hubo pues que planificar esta nueva gran construcción, a la que el rey añadía sucesivamente innumerables anexos, y hacerlo de manera rápida y barata para acallar las críticas. El palacio se construyó en sólo siete años, poniendo al país al borde del colapso económico, y utilizando materiales de baja calidad (piedra sólo en la base, los muros eran de ladrillo y el forjado de madera).

A Quevedo se atribuyen los versos "no es buena ocasión / que cuando hay tantos desastres / hagas brotar fuentes de agua / andes haciendo retiros / y no haciendo soledades". Matías de Novoa culpó a Olivares de meterse "a labrar un edificio ridículo y sin provecho y en todas materias inútil, de paredes delgadas y de flacos fundamentos, desfavorecido de la Naturaleza y del Cielo, estéril y arenoso, querido forzarla a la fecundidad y al ornamento de las plantas a peso de dinero, no suyo ni de su patrimonio sino de las sisas de la Villa". En la capital todo eran murmullos y chanzas a propósito del palacio, que fue conocido como "el gallinero" a causa de su fealdad exterior y la gran pajarería que albergaba.

Desde 1735 hasta 1764, cuando se finalizó el nuevo Palacio Real, la familia real tuvo que vivir en el Palacio del Retiro, que detestaba a causa de la delgadez de sus muros y la mala calidad de la construcción. Esta fue finalmente la causa de su final, un deterioro progresivo que, cuando los franceses se instalaron allí en la Guerra de la Independencia, provocó la ruina total del palacio.

El palacio fue fiel reflejo de lo que fue el reinado de Felipe IV, una grandeza sobre pies de barro. Su triste final vino con su demolición por orden de Isabel II, y la recalificación y venta de sus terrenos, que se habían convertido en el centro de Madrid, en lo que fue uno de los grandes pelotazos urbanísticos de la historia de España. Hoy se conserva gran parte de los jardines (totalmente reformados) y un salón de fiestas (el Casón del Buen Retiro).